Los niños cuando nacen están desprotegidos y necesitan de los adultos para sobrevivir. Hay que darles de comer, ocuparse de su aseo, jugar con ellos, etc. Conforme van creciendo van aprendiendo a hacer cada vez más cosas por sí mismos, y lo piden “yo solito”, y eso es bueno.
Algunos padres se vuelcan excesivamente en sus hijos y su vida se trasforma alrededor de ellos. Se les facilita tanto la vida, que se les da todo lo que piden, se resuelven todos sus problemas y se les da todo hecho… así no aprenden. Los niños sobreprotegidos de hoy serán adultos temerosos e inseguros del futuro.
Realmente, el fondo de la sobreprotección es el cariño por los hijos. Los padres, de forma inconsciente, buscan evitar el sufrimiento de sus hijos y creen que ayudándoles serán más felices.
María Montessori decía: “Cuando le ahorras a un niño un esfuerzo que él puede hacer, cuando le ayudas más de lo que necesita, estás impidiendo que crezca”.
Los niños van ganando en autonomía y así van aprendiendo a comer solos, a vestirse todos los días, a jugar, a resolver sus problemas con otros niños, a colaborar en las tareas de la casa, a enfrentarse a situaciones nuevas… a tolerar la frustración.
El papel de los padres, es trasmitir a los hijos cariño y confianza en sus posibilidades, es ayudar, no solucionar. Amar no es sobreproteger, amar a los hijos es darles el espacio para que aprendan a volar por sí mismos en la vida.